Varios años después de Mar Adentro, el llamado joven prodigio del cine español llega con una superproducción de matices historicos y conflictos frustrados. Con Ágora, Alejandro Amenábar recrea maravillosamente un film conmovedor de gran profundidad espiritual.
Eso sí, en ocasiones la película parece no profundizar suficientemente en los sentimientos de los personajes, en detrimento de la credibilidad y, sobretodo, de la empatía con el espectador. La cámara en ocasiones se presenta torpe, más víctima de una abrupta edición que de los dotes de dirección, en la que la historia cae en saltos bruscos e incoherencias narrativas.
El balance, no obstante, es positivo. Una película que cimienta la solidez del cine europeo, una alusión al cine de Hollywood exclusivamente dada por el presupuesto, la actriz principal y el idioma inglés, ya que la profundidad del tema tratado, así como el modo en que se hace, es más propio de un cine que va más allá del simple entretenimiento.
La historia se enmarca en la Alejandría de hace mil quinientos años, con datos puntuales de la situación politico-social de la época, que ayudan a situar al espectador sin aburrirlo. Así pues, hace un retrato de los cristianos, judíos y paganos del momento, con los conflictos propios del momento con sus trágicos desenlaces.
El director también muestra señales de temas trascendentales que atraer la curiosidad de los espectadores, con juegos de planetas, órbitas y otras incógnitas de la época que, a estas alturas, parecen obvias.
Si bien Ágora no es una de las mejores películas del cine español (y mucho menos una de las mejores del director), sí representa un logro para él y para el resto del cine que lucha por abrirse camino sin ser aniquilado por las altas producciones made in USA.